Vivir sin ustedes
Hace un par de semanas, el doctor me prohibió los lácteos,
el cerdo, los dulces y los chocolates. ¿Cómo me pide que viva sin la crocancia
de un chicharrón o sin la untuosidad de un camembert? ¡Es como decirle a un
amante del fútbol que no puede volver a las canchas porque se lastimó los
meniscos! Perdí, por así decirlo, mi libre albedrío gastronómico.
Al principio parecía sencillo: reemplacé el jamón Koller
por pastrami de pavo y la leche de vaca por leche de soya; hasta que me
concienticé de que ya no podría volver a disfrutar de los quesos, ¡de mis
adorados quesos! De hecho, una gran amiga me mantiene desactivada en su
congelador, una cuña de munster. También tuve que reemplazar mi adorado
bombón de chocolate nocturno –el cual disfrutaba desde hace 20 años– por un bowl
de pistachos. No es que no sean deliciosos, pero no reemplazan la dosis de
dulce que mantiene cuerdo a un amante culinario.
El escenario en los restaurantes es más dastesco aún
porque ya no puedo ordenar con libertad cualquier plato sino que estoy sujeta a
mi ‘nuevo orden mundial alimenticio’. Evito a toda costa preparaciones
gratinadas y aquellas ensaladas, sopas, antipastos, pizzas, focaccias, que
contengan, en lo más mínimo, tilsit, queso azul, feta, pecorino, jamón serrano,
prosciutto, fuet etc. También le huyo a las salsas a base de leche, crema de
leche y suero costeño –imaginen una arepa de huevo sin este complemento–; o a
algo más básico como la mantequilla o el parmesano espolvoreado sobre las
pastas. También tuve que decirle adiós al cochinillo –y a su piel crocante–, a
las chuletas, al chorizo, al codillo, a las salchichas, al salami.
Cuando deambulo como un alma en pena por el Delicatessen
del supermercado, sufro en silencio, al igual que un adicto en
desintoxicación, o para ser menos extremistas, como los tiburones vegetarianos
de Buscando a Nemo. Contemplo aquellas provocativas piernas de jamón
curado, y disfruto, de manera masoquista, cuando los cortan en lonjas
delicadas, al igual que manoseo las cuñas de quesos, dips, patés y embutidos
exhibidos en las neveras. Disfruto tocándolos, oliéndolos bajo su empaque al
vacío y soñando con aquel día en volver a disfrutarlos sin restricciones.
Vivir sin ustedes: jamones, quesos y chocolates, es
también perjudicial para la amistad. Las mesas de mis amigos, siempre repletas
de ustedes son ahora una tentación, y me contengo mientras me apego a las
nueces y a las aceitunas. Además, puede que sea una coincidencia, pero
últimamente todos los placeres culinarios a base de cerdo y lácteos, son
destapados ante mis ojos abstemios de ustedes, pero yo me armo de voluntad,
amarro mis papilas y me abstengo con resignación.
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