Del apetito a deshoras
El sábado almorcé a las
seis de la tarde. Pensé conformarme con un bocado casual, la hora de servicio
ya había pasado. Pero qué sorpresa me llevé al llegar al restaurante
Giordanelli, ordenar un envoltini di melanzane y empatar mi almuerzo con la
cena. Hago un brindis por quienes atienden con placer a aquellos comensales
como yo, que llegan a deshoras a alborotar sus cocinas, pues cada vez más
restaurantes con el fin de reducir costos, optan por turnos partidos en la
llamada ‘hora muerta’.
Mientras
disfrutada de un chianti en la terraza, recordaba esa vez que ‘traté’ de
almorzar en una trattoria romana a las 3.30 de la tarde, y los meseros ‘me
mandaron a freír espárragos’: “I ristoranti operano
da mezzogiorno fino alle tre del pomeriggio! Deve andare
in un bar se si vuole mangiare!” En
el bar, las opciones eran un paninni o una tajada de pizza. Lo mismo me sucedió
en París, en Madrid y en Buenos Aires. En Santiago de Chile, por ejemplo, salí
a una tarde de domingo otoñal –con la esperanza de encontrarme unos locos con
mayonesa– y terminé almorzando en el hotel a las siete de la noche.
Ahora
bien, el horario de la cena también desvaría entre el Viejo Mundo, Argentina y
Chile, y nosotros en Colombia. Su Grand Beuffe comienza a la ocho de la
noche con antipasto, primer plato, segundo plato y postre, todos abundantes,
bañados por vinos y escoltados por panes, quesos, frutas y una exquisita
conversación. Cinco horas después, se levantan de la mesa y se preparan para
‘salir de rumba’, mientras yo, pido un vaso de agua para tomarme un Omeprazol y
así poder continuar con ‘el ritmo’. Curiosamente, compartimos un solo horario
gastronómico: el de las onces, The Tea Time, ‘el algo’, la merienda, el
lonche o il aperitivi.
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