Testigo del amor



La table, aquel objeto cuadrúpedo, es testigo silencioso, por excelencia, del amor. De madera o de metal, cubierta de un mantel de tela o de papel, pública o privada, humilde u ostentosa, cuadrada o redonda –y la mayoría de veces coja– hace parte de una trilogía afectiva, sosteniendo sobre su lomo un postre compartido entre dos cucharitas. Así es: lo primero que comparten los enamorados es la mesa.


El amor nace, crece, se reproduce -y aveces- muere alrededor de La Table. Inicia con una invitación a ‘tomarse algo’, que se traduce casi siempre en un café, que por supuesto, reposa sobre la mesa. Sobre ella también yacen puntos de vista y opiniones, en tanto su superficie, es punto de apoyo de manos sudorosas ante los nervios que genera el comienzo de una relación.

A la primera cita le sigue una cena romántica en donde el cuadrúpedo se disfraza con un mantel. El vino siempre lo acompaña junto a una entrada y un postre compartidos. En la superficie de este, dos manos reposan con sus dedos entrelazados, y aunque il tavolo se interponga entre los cuerpos involucrados –quizás en un intento por respetar la intimidad– tarde o temprano se verá coartado por unos pies que se rozan bajo él.

Entre almuerzos y cenas llega el compromiso. Se reserva una ‘buena mesa’ y se ordena champagne. Después del postre, el hombre se arrodilla, queda al nivel de La Table, y esta, vestida de blanco, es partícipe de la pedida de mano. Seguramente, ante los nervios de la situación, su vestido se manchará con la salsa que algún tembloroso dejó caer ante la emoción. Acto seguido, vienen los aniversarios y la cotidianidad en casa, desayunos improvisados y cenas entre amigos. La mesa ya hace parte de la familia y continúa siento testigo del amor que crece y crece.

No todas las parejas corren con la misma suerte de permanecer unidas para siempre. Algunas pondrán de punto de encuentro un restaurante y se sentarán ‘a la mesa’ a firmar su divorcio o la patria postestad de sus hijos y repartir los bienes, entre ellos la mesa de comedor. La Table ya no carga sobre su lomo postres compartidos ni sueños en común sino un par de vaso de agua y una cesta de pan

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