La generación de los paladares insípidos

Columna de opinión publicada en Avianca en revista, edición 85. 


En Calcuta, Yamini de ocho años desayuna mango y sandía, y su plato favorito son los vegetales con curry y arroz –lo comen desde que le salieron sus primeros dientes—. Luis vive en el D.F. y disfruta del dulce de tamarindo con chile dulce, o de chapulines crocanticos –casi tan adictivos como un puñado de maní—. En España, los abuelos suelen mezclarle a sus nietos una cucharada de vino tinto en medio vaso de agua para que se familiaricen con la bebida. Cito el artículo Papás a la francesa publicado por la revista Semana hace unos meses en donde se refiere a los hábitos de les enfants: “lo más insólito es que comen comida de adultos sin poner mala cara, desde brócoli hasta ensalada nicoise. En los restaurantes del país galo no existe el famoso menú infantil”.

Los niños colombianos de hoy en día, por otro lado, comen, por lo general, un menú insoportablemente simple compuesto de pechuga a la plancha, papas a la francesa con salsa de tomate, ravioli a la boloñesa o nuggets de pollo. Nada más. Rechazan una pizca de sal y pimienta, o un chorrito de limón y de aceite de oliva porque “no les gusta y punto”. Corren con peor suerte pestos y reducciones, vegetales y hortalizas, condenados a sucumbir en el plato como si fueran parte de su ornamentación.

De forma paralela, cada día se abren más restaurantes increíbles en Colombia con una variada oferta gastronómica que superó por fin al baby beef y al ACPM (arroz, carne, papa y maduro). Aplaudo enérgicamente el esfuerzo que hacen al tratar de abrirle la perspectiva gustativa a los colombianos –de todas las edades— ofreciéndoles nuevas especialidades, ingredientes y técnicas. Son, por así decirlo, educadores de paladares y de experiencias gustativas.

La preocupación es clara: ¿cómo pretendemos que existan paladares globalizados y restaurantes evolucionados si le estamos reduciendo el espectro gastronómico a las futuras generaciones? ¡No hay nada más triste que verlos escarbando entre su plato alejando cualquier vestigio de la huerta!.

Entiendo que muchos padres desesperados opten por darle a la criatura lo único que come y así evitar berrinches. También concibo con que ciertos progenitores transmiten sus fobias gastronómicas a sus hijos haciendo que estos se abstengan de tener contacto con aquella aceituna que desprecia su mamá. Pero lo que no entiendo es que no estimulen a sus hijos a probar platos e ingredientes nuevos y así conocer el maravilloso e inagotable mundo gastronómico que tenemos ante nuestros ojos. La mayoría de estos pequeños rechazan un alimento no porque no les guste sino porque no lo quieren probar y punto. ¿Capricho? ¿falta de educación gastronómica?


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